En el viaje espiritual de Abram, “Génesis 13:14-18” marca un punto de inflexión donde las promesas divinas se expanden más allá de la vista y la imaginación. Este artículo desglosa el pasaje, revelando cómo la fe de Abram en la palabra de Dios define su camino y prefigura la herencia de innumerables generaciones.
Génesis 13:14-18: la promesa confirmada a Abram
Posterior a la ida de Lot, Dios hablo con Abram, en contraste con la mirada materialista de Lot, Dios le ordena a Abram alzar su vista, sin dejarse llevar por las riquezas del valle del Jordán, la visión dada a Abram, basada en las promesas de Dios, iban más allá de esas direcciones. Abarcaban toda la tierra, hacia todas las direcciones. Dios le dice que le dará a él, y a su descendencia, aquella tierra por siempre.
La promesa no solo se extiende hacia la tierra misma, sino también hacia la extensión de la descendencia, que sería tan numerosa como el polvo de la tierra, así como lo son los granos de arena del mar, o las estrellas del cielo. Si fuese posible contar el polvo de la tierra, entonces sería posible contar la descendencia de Abram. Como veremos en el resto del libro de Génesis, este viene a ser la promesa de Dios y el reto de la fe de Abram, lo que dará sentido y forma al resto de la historia.
Por ende, Dios ordena a Abram ir a lo largo de aquel país y de aquella tierra, indicando aquella tierra que él podía alcanzar a ver. La razón de este recorrido era porque a él se le daría la tierra. Claramente, esta promesa se requiere a Canaán, pero también significa una promesa mayor donde toda la tierra estaría llena de la gloria de Dios y se le daría a la descendencia de Abram (cp. 1 Re. 4:20; Deu. 3:27; Ap. 7:9;).
Por ello, en obediencia, Abram se movió de allí, hacia Hebrón (cp. Gen. 23:9-20; Gen 25:8-10; Gen 49:31-32; Hch 7:16; Jos. 14:13) cerca del encinar de Mamre, donde levanto un altar al Señor, lo que, parece indicar, que este era un territorio santo.
Conclusión
Génesis 13:14-18 no es solo la crónica de una promesa a un hombre; es la afirmación de un pacto perpetuo entre Dios y su pueblo. La fe de Abram y su respuesta a la llamada divina resuenan a través de las edades, recordándonos que las verdaderas bendiciones de Dios van más allá de lo tangible y lo inmediato, extendiéndose hasta el infinito.