Abram en Egipto

Génesis 12:10-20 explicación y comentario (Abram en Egipto)

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Abram, guiado a Canaán por Dios, se encuentra desviado hacia Egipto por una hambruna. En “Génesis 12:10-20: Abraham en Egipto”, se revela la tensión entre la voluntad divina y las decisiones humanas. La belleza de Saray, su esposa, desata una cadena de eventos que resalta temas de temor, deseo y engaño, culminando con la gracia redentora de Dios. Este pasaje nos invita a reflexionar sobre nuestras propias elecciones y la fidelidad de Dios ante nuestras imperfecciones.

Génesis 12:10-13: la hambruna que lleva a Abram a Egipto

Luego la historia nos indica que hubo hambre en aquella tierra (cp. Gn. 41:27, 30, 31, 36, 50, 54-57; 42:5) lo cual nos recuerda al evento del éxodo, sus causas y posteriores vivencias del pueblo de Dios en el Éxodo. La descripción del hambre parece ser enfática, la primera vez que aparece la palabra se usa para indicar la causa de la ida de Abram a Egipto, lo cual puede ser contrastado con el hecho de que Dios lo había llamado a habitar en Canaán, en este sentido Dios lo dirigió a Canaán, pero el hambre lo llevo a Egipto, y especifica aún más cuando afirma que el hambre devastaba la tierra, literalmente el hambre era mucha o pesada, indicando que era grande (cp. Heb. 11:15).

Y, antes de entrar a Egipto, hablo con su esposa, diciéndole que, a causa de su hermosura, así que era probable que aquellos hombres malvados asesinaran a Abram para tomar a Saray como su esposa (cp. 20:2; 24:16; 26:7; 29:17; 39:6). El miedo de Abram surge de estar con una mujer que podía ser fácilmente codiciada, en medio de una generación perversa.

Génesis 12:14-16: Dios prospera a Abram

Y en efecto, el relato nos muestra que el reaccionar de los egipcios fue de asombrarse ante la hermosura de Saray. Incluso, nos dice el texto que los oficiales del Faraón la vieron y cuando esto ocurrió así, entonces estos hombres alabaron su hermosura ante el Faraón, de tal modo que Saray llego ante el Faraón. Lo que hizo que estos hombres llevaran a Saray al palacio, específicamente a la presencia del Faraón.

Y, suponiendo el Faraón que Abram era su hermano, le proveyó a Abram de ganado, vacas, ovejas, esclavos y esclavas, asnos, y camellos. Una lista bastante integral para ese entonces, además de ser lo necesario no solamente para vivir con alimento seguro, sino también para vivir de una manera bastante acomodada, con siervos a su mando, medio de transporte y carga como camellos y asnos, provisión de leche, mantequilla o queso a través de las vacas y las ovejas, al igual que vestido en general y otras cosas. En realidad, esta era una lista de las mejores posesiones que un hombre podría llegar a tener para aquellos tiempos (cp. Gen. 13:2; 20:14).

Esto tenía una directa relación con la promesa de Dios hecha a Abram (véase la explicación de Génesis 12:1-9) al igual como posteriormente Dios bendijo/prospero a otros personajes de la misma época (ver 24:35; 26:14; 32:5, 13-15; Job. 1:3; 42:12; Sal. 144:13-14). Dios había prosperado, pese al pecado de Abram con su esposa Saray, Dios lleno de muchas bendiciones la vida de Abram.

Génesis 12:17-20: plagas y castigos para Egipto

En este aspecto, Dios mismo aplica las otras condiciones, porque, así como Dios había prometido bendición a Abram, también había afirmado que maldeciría a aquellos que maldijeran. Ahora, lo interesante en este texto es que el faraón no había maldecido a Abram, pero si había procurado tomar su esposa, incluso si esto no es algo que él estaba haciendo a conciencia, lo que nos muestra el versículo 17 es que Dios lo veía como pecado el Señor castigo al faraón y a su familia con grandes plagas (cp. Gn. 20:18; Ex. 3:19; 1 Cr. 21:22).

La reprensión de faraón es absolutamente justa, le recrimina primero el acto de mentira, y en segundo lugar le recrimina el hecho de que él pudiera haber tomado como esposa a su esposa, haciéndolo culpable de un gran pecado. Por consiguiente, le dijo que tomara a Saray y que se fuera (vv. 18-19). No obstante, Abram fue expulsado de Egipto, pero en este caso no lo fue solamente en relación con su pecado, sino que también fue así con todos sus bienes que anteriormente en el faraón le había dado (cp. 20:9-10; 26:9-11).

Aquí hay una reprimenda humillante, y Abram la merecía. Si Dios no se hubiera interpuesto, Abram habría podido sentir la tentación de quedarse en Egipto, y olvidado la promesa (Salmo 105:13, 15). Todavía Dios reprende con frecuencia a su pueblo, y le hace recordar por medio de sus enemigos que este mundo no es su descanso.[1]


[1] Comentario exegético, pag. 28

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