1 Pedro 1:12 culmina la hermosa trilogía de versículos que detallan la revelación profética y su consumación en el Nuevo Pacto. En este pasaje profundizamos en la manera singular en que los profetas del Antiguo Testamento, aunque anhelantes de las verdades mesiánicas, sirvieron a un propósito más allá de sí mismos, administrando una gracia destinada a nosotros, los creyentes de la Nueva Alianza.
Revelación Profética y Deseo Celestial
Los profetas indagaron e inquirieron diligentemente sobre la persona y los tiempos del Mesías. Fue revelado a ellos que, aunque presenciaban anticipadamente los sufrimientos del Cristo y las glorias subsiguientes, estas revelaciones no eran primariamente para su propio beneficio.
Este es un punto crucial: su ministerio profético estaba orientado hacia el futuro, hacia nosotros. Ellos no disfrutaron plenamente de la revelación, pero contribuyeron a un cuerpo de conocimiento que prepararía el camino para el evangelio.
Esto nos introduce a la mediación del Espíritu Santo, quien es el agente divino en la predicación del evangelio. Es mediante el Espíritu que los predicadores del Nuevo Testamento han anunciado las buenas nuevas. La transición de la promesa a la proclamación es notable. Los apóstoles, aquellos que fueron testigos oculares de los sufrimientos y la gloria de Jesús, proclamaron este evangelio, y todos quienes creen en este mensaje tienen acceso a una relación profundamente personal con Cristo —un privilegio que ni siquiera los profetas pudieron disfrutar completamente.
Los Ángeles: Espectadores de la Gracia
La segunda parte del versículo 12 revela un aspecto fascinante: incluso los ángeles anhelan mirar en estas cosas. Este deseo celestial subraya la importancia y la maravilla de la salvación y la revelación de Jesucristo. Los ángeles, seres espirituales sin pecado y perpetuamente en la presencia de Dios, encuentran motivo de profundo interés en la obra redentora de Cristo para los creyentes. No solo demuestra la magnitud de la redención, sino que también recalca la posición especial de los creyentes como receptores de la promesa divina.
Los ángeles no necesitan redención; sin embargo, contemplan con asombro la profundidad de la gracia de Dios hacia nosotros. Esta perspectiva celestial refuerza aún más la dignidad y el valor de la obra salvífica de Jesús. Lo que es más, subraya que la revelación del evangelio a través de los apóstoles, y posteriormente a nosotros, es un testimonio de una realidad divina que trasciende incluso las alturas celestiales.
Hebreos 2:16 dice, por ejemplo, que “ciertamente, (Jesús) no vino en auxilio de los ángeles sino de los descendientes de Abraham.” Dios nos ha otorgado una salvación que no le ha dado ni siquiera a los ángeles.
Los ángeles caídos pecaron y Dios no les dio salvación, no se compadeció de ellos. Y a los ángeles no les dio tan grandes promesas.
¡Pero a nosotros si! A pesar de que somos pecadores, y de que constantemente nos alejamos del Señor, Dios nos ha dado un privilegio que ni siquiera a los ángeles les ha otorgado.
Y cabe destacar que los ángeles son sin pecado, ellos están constantemente en la presencia de Dios, alabando su nombre. Nosotros, sin embargo, hacemos lo contrario. Por nuestro pecado solemos alejarnos de él. Sin embargo, eso no fue un impedimento para Dios.
Él nos ha otorgado algo que no les dio ni a los ángeles: ni caídos, ni los que están en el cielo. Ninguno ha recibido el privilegio de ser adoptado como hijo por medio del Señor Jesucristo.
En este artículo te hemos expuesto de forma específica este texto, pero puedes ver una explicación del capítulo general en nuestro artículo de 1 Pedro 1 explicación versículo por versículo.
Conclusión
En resumen, 1 Pedro 1:12 no solo nos conecta con la historia de la salvación pasada, sino que también enfatiza nuestro lugar único dentro de esta narrativa. Somos los beneficiarios finales de las indagaciones de los profetas y el objetivo de su ministerio. La revelación del evangelio, administrada por los apóstoles bajo la guía del Espíritu Santo y anhelada incluso por los ángeles, demuestra el inmenso amor y el propósito redentor de Dios para con nosotros.
Este pasaje refuerza la continuidad y el propósito de la revelación divina, animándonos a valorar profundamente el evangelio como la culminación de las promesas de Dios, un regalo no solo anunciado a nuestros antepasados, sino realizado en Cristo y revelado a nosotros para nuestra salvación y para la gloria eterna de Dios.
