El pasaje de 1 Juan 2:3-6 está lleno de significado y representa un llamado fundamental para todo creyente. Aquí, el apóstol Juan se dirige a la iglesia para aclarar uno de los principios básicos de la vida cristiana: la relación entre el conocimiento de Dios y la obediencia a sus mandamientos. Este texto nos invita a reflexionar profundamente sobre la manera en que vivimos nuestra fe y a preguntarnos si nuestras acciones reflejan verdaderamente nuestro amor y compromiso con Dios. A lo largo de estos versículos, Juan insiste en que la evidencia de conocer a Dios es guardar sus mandamientos. Esta no es una mera sugerencia, sino una realidad espiritual que debe ser visible en la vida de todo cristiano.
Vamos a analizar cada uno de los versículos de este pasaje para extraer las lecciones espirituales que contienen y comprender su significado más profundo.
Versículo 3: «Y en esto sabemos que nosotros le conocemos, si guardamos sus mandamientos»
Este versículo establece un principio esencial: el conocimiento de Dios está ligado a la obediencia. Juan afirma que la forma en que sabemos si realmente conocemos a Dios es a través de nuestra obediencia a sus mandamientos. Aquí, la palabra «conocer» (del griego ginosko) no se refiere a un conocimiento intelectual o teórico, sino a un conocimiento relacional. En la cultura bíblica, conocer a alguien implicaba más que simplemente tener información sobre esa persona; implicaba una relación cercana, profunda y experiencial.
Cuando Juan dice que conocemos a Dios, está hablando de una relación íntima y transformadora con Él. Conocer a Dios significa más que simplemente saber quién es; implica que nuestra vida ha sido cambiada por ese conocimiento, que hemos sido transformados por Su amor y que vivimos en comunión con Él. Este conocimiento, por tanto, no puede separarse de la obediencia. De hecho, Juan afirma que la obediencia es la prueba concreta de que realmente conocemos a Dios.
Es importante resaltar que los mandamientos a los que Juan se refiere no son solo un conjunto de reglas externas. Jesús mismo resumió la ley en dos mandamientos principales: amar a Dios con todo el corazón y amar al prójimo como a nosotros mismos (Mateo 22:37-40). Por lo tanto, cuando Juan habla de guardar los mandamientos, se refiere a vivir en amor hacia Dios y hacia los demás. Este amor es la base de toda la vida cristiana.
Además, el verbo «guardar» en este versículo tiene un matiz especial. En el griego original, la palabra es tereo, que significa «vigilar» o «atesorar». No se trata de una simple obediencia mecánica o legalista; más bien, implica valorar y apreciar los mandamientos de Dios. Guardar los mandamientos significa considerarlos preciosos y ponerlos en práctica en nuestra vida diaria.
Versículo 4: «El que dice: Yo le conozco, y no guarda sus mandamientos, el tal es mentiroso, y la verdad no está en él»
En este versículo, Juan plantea un contraste claro y directo. Mientras que en el versículo 3 habló sobre la obediencia como prueba de conocimiento de Dios, aquí se dirige a aquellos que afirman conocer a Dios, pero no guardan sus mandamientos. La declaración es fuerte: esa persona es mentirosa. Juan no deja lugar a la ambigüedad. Para él, decir que conocemos a Dios sin obedecer sus mandamientos es un acto de hipocresía, y la falta de coherencia entre lo que decimos y lo que hacemos revela una mentira.
La expresión «el tal es mentiroso» resalta la seriedad de la falta de coherencia en la vida cristiana. Esta afirmación recuerda las enseñanzas de Jesús en el Sermón del Monte, cuando advirtió que no todos los que dicen «Señor, Señor» entrarán en el reino de los cielos, sino aquellos que hacen la voluntad del Padre (Mateo 7:21-23). La verdadera fe se refleja en la obediencia y el amor, no simplemente en palabras o declaraciones vacías.
La «verdad» que menciona Juan aquí no es solo una referencia al conocimiento doctrinal. En los escritos de Juan, la verdad es algo que se vive, algo que transforma nuestras vidas. Decir que «la verdad no está en él» significa que la vida de esa persona no está alineada con la realidad de Dios, que es amor y santidad. Es una advertencia contra el autoengaño espiritual, algo que Juan aborda varias veces en su carta.
Versículo 5: «Pero el que guarda su palabra, en éste verdaderamente el amor de Dios se ha perfeccionado; por esto sabemos que estamos en él»
Aquí, Juan introduce un aspecto clave del cristianismo: la relación entre la obediencia y el amor. En contraste con el «mentiroso» del versículo anterior, el que guarda la palabra de Dios demuestra que el amor de Dios ha sido perfeccionado en él. El uso del verbo «perfeccionado» (teteleiotai en griego) implica que el amor de Dios ha alcanzado su plenitud, su objetivo completo.
Pero, ¿qué significa que el «amor de Dios» ha sido perfeccionado? Hay diferentes formas de entender esta frase. Puede referirse al amor que Dios tiene por nosotros, que se perfecciona en nuestras vidas a medida que obedecemos su palabra y vivimos conforme a sus enseñanzas. También puede referirse a nuestro amor hacia Dios, que madura y se completa a través de la obediencia. Ambas interpretaciones son válidas y complementarias: el amor de Dios obra en nosotros, y ese amor nos impulsa a responder con obediencia y amor a los demás.
Este versículo también nos recuerda que la obediencia a los mandamientos no es un acto legalista, sino una expresión de amor. No obedecemos porque estamos obligados a hacerlo, sino porque amamos a Dios y Su amor nos transforma de adentro hacia afuera. El amor de Dios, manifestado en Cristo, es el motor que nos lleva a vivir conforme a sus enseñanzas.
Juan concluye este versículo diciendo: «por esto sabemos que estamos en él». Nuestra obediencia nos da la seguridad de que estamos en comunión con Dios, que permanecemos en Él. Esta permanencia en Dios no es algo místico o abstracto; es una realidad tangible que se manifiesta en nuestra vida diaria.
Versículo 6: «El que dice que permanece en él, debe andar como él anduvo»
Este versículo cierra esta sección con una afirmación práctica y directa: si decimos que permanecemos en Cristo, debemos andar como Él anduvo. La palabra «andar» (peripateo en griego) se refiere a la manera en que vivimos nuestra vida cotidiana. No es suficiente decir que estamos en comunión con Cristo; nuestra vida debe reflejar esa relación a través de nuestras acciones.
La expresión «como él anduvo» nos remite directamente al ejemplo de Jesús. Jesús vivió una vida de perfecta obediencia al Padre, de amor sacrificial y de servicio a los demás. Andar como Jesús anduvo significa vivir conforme a esos principios. Jesús nos dejó un modelo a seguir, y como sus seguidores, estamos llamados a imitar su vida. Este es el estándar que Juan presenta a los creyentes.
La «permanencia» en Cristo, de la que habla Juan, es una relación continua y activa. No es algo que sucede solo en momentos de devoción o adoración, sino que debe impregnar cada aspecto de nuestra vida. Permanecer en Cristo significa vivir en comunión constante con Él, depender de Él para nuestra fuerza y guía, y reflejar Su carácter en nuestras acciones diarias.
Conclusión: El conocimiento verdadero se manifiesta en la obediencia
El pasaje de 1 Juan 2:3-6 nos ofrece una lección fundamental sobre la relación entre el conocimiento de Dios y la obediencia. En estos versículos, Juan deja claro que conocer a Dios no es solo una cuestión de palabras o confesiones, sino que debe reflejarse en nuestra vida. La obediencia a los mandamientos de Dios es la evidencia tangible de que verdaderamente lo conocemos y permanecemos en Él.
A lo largo del pasaje, vemos que Juan enfatiza la importancia de andar como Cristo anduvo. La vida de Jesús es nuestro ejemplo perfecto, y como sus seguidores, estamos llamados a imitar su obediencia, su amor y su servicio a los demás. Esto es lo que significa «guardar sus mandamientos»: vivir una vida transformada por el amor de Dios.
Este pasaje también nos recuerda que la obediencia no es una carga, sino una respuesta amorosa a la gracia que hemos recibido. Cuando obedecemos a Dios, estamos respondiendo a Su amor, y ese amor se perfecciona en nosotros. El verdadero conocimiento de Dios se manifiesta en la acción, y la verdadera fe siempre va acompañada de obediencia.
Como cristianos, este pasaje nos desafía a examinar nuestra vida y preguntarnos: ¿Estoy viviendo de acuerdo con los mandamientos de Dios? ¿Mi vida refleja el amor y la obediencia que Cristo modeló? Si realmente conocemos a Dios, nuestra vida debe ser un testimonio vivo de esa relación.
Que este pasaje nos inspire a vivir de manera coherente con nuestra fe, y que nuestras acciones reflejen el amor, la obediencia y la permanencia en Cristo, nuestro Salvador y Señor.